Diputado Nacional Fernando Iglesias |
"¡La buena gente vota a Cristina!", me grita un señor en bicicleta con el que me cruzo en la Reserva Ecológica. Alcanzo a observarle que Cristina no lo puede escuchar desde París y a decirle que allí, en la Reserva y en bicicleta, estamos él y yo, representante de la sojoligarquía, las corpos y el monopolio. Pero es inútil. El 50% del país que se considera "buena gente" propone un nuevo delirio de unanimidad en el que toda voz discordante es escuchada con fastidio. Hay que reconocerlo, no es tan grave como el delirio de 1973, en el que indudablemente se aproximaba la patria socialista; ni como el de 1976, cuando resultaba evidente que algo malo habrían hecho aquellos terroristas; ni como el de 1982 del "Manden al principito".
En todo caso, se parece bastante al delirio consumista de la plata dulce mundialista del 78 y al de la convertibilidad menemista del 95, que gozó del 80% del consenso encuestológico hasta poco antes de que se nos desplomara el país en la cabeza. Es que la realidad argentina, ya se sabe, es un relato. Un relato triunfal que no garantiza, sin embargo, que "Cristina" alcance el más de 60% que obtuvo Perón en 1973, cuando, anciano y enfermo, nos dejó como legado a Isabelita y el Rodrigazo.
Entretanto, son tiempos duros para la OPO. Si alguien señala que el país se está inundando de droga, mafias y patotas, se lo descalifica por apocalíptico. Pero si una chiquita de 11 años es asesinada bárbaramente se decreta ipso facto que hablar del tema es de caranchos. Y lo mismo con los trenes, abandonados como los dejó Menem hace una década, cuyo estado calamitoso no se podía mencionar antes del accidente, para no ser calificado de exagerado, ni después, para no ser calificado de cuervo.
De modo que todo era político hasta hace algunos días y nada lo es hoy, cuando los grandes males del país se deben a las dudosas conductas individuales de las madres y a la proverbial irresponsabilidad de los colectiveros. Inteligente forma de sugerir que las tragedias sólo les suceden a otros: personas que tienen costumbres inexplicables, como la de vivir en la marginalidad o tomar el colectivo 92, habiendo tanto trabajo digno a disposición en la Argentina K y tantas líneas de colectivos.
Pero si no se puede hablar antes ni hablar después; si citar a funcionarios K basándose en entrevistas con Schoklender es irresponsabilidad, pero citarlo a declarar es show mediático; si Schoklender aún no está procesado, pero Menem ya está absuelto, y la oposición no puede decir nada porque interfiere con la Justicia (es decir, con Oyarbide), entonces tanto vale bajar la persiana y admitir que preferimos vivir bajo una monarquía, como probablemente haremos después de la reforma constitucional. Cristina eterna. Y ya está.
"La culpa del 50% que sacó Cristina es de la OPO", dice la "buena gente", en una suerte de "yo no la voté" preventivo, y le pide a la oposición que cierre la boca o que sólo la abra para rogar reuniones y explicitar consensos. Y el grueso de la oposición retrocede, espantada, y entre vuelta y vuelta de rosca proclama que no pondrá más palos en la rueda de la corrupción, la ineficiencia y el atropello. Y lo bien que hace, ya que a nadie se le ocurre pensar que oponerse a oficialismos mafiosos basados en la caja, operación difícil en todo el mundo, aquí es imposible. ¿Existe alguna oposición al reinado de Grondona en la AFA, al de Moyano en la CGT, al de las mafias que han capturado las organizaciones del Estado y la sociedad argentina? No. Allí no hay opositores, sino sucesores. Pero si la OPO no puede con el Gobierno, eso no tiene nada que ver con un funcionamiento general de la sociedad nacional, sino con el egoísmo perverso de la clase política; del que el oficialismo, naturalmente, está exento.
Los países de desarrollo medio tuvieron su crisis entre 1995 y 2001: México, en 1995; el sudeste asiático, en 1997; Rusia, en 1998; Brasil, en 1999; Turquía, en 2000. El que peor lo hizo fue la Argentina, que casi vuela en pedazos en 2001. Después, las nuevas condiciones del mercado global provocaron el fenómeno inverso: crisis en el Primer Mundo y auge de los países emergentes. También en esta circunstancia fue la Argentina quien lo hizo peor: 25% de pobreza, 34% de trabajo en negro, 23% de inflación, inseguridad creciente, infraestructura deteriorada, colapso energético, déficit industrial, dependencia de las commodities , educación en picada y corrupción y mafias en ascenso. Todo ello, después de ocho años de viento de cola y planetas alineados.
Nada cuesta suponer lo que sucederá cuando se desalineen o en el próximo cambio en la dirección del viento, que Dios no lo permita. Hasta entonces, la "buena gente" vota a Cristina. Y compra dólares, el que puede. Sobre todo, exige que la oposición se calle, se relaje y goce de los beneficios de otro delirio de unanimidad de los que siempre nos han llevado al desastre.
© Fuente: La Nación
El autor es diputado nacional por la Coalición Cívica .